'Terror' Cuenca

‘Terror’ en Cuenca: casas colgadas, infrapolítica, punk y violencia bolivariana.

In General, Personales by MiguelLeave a Comment

El pasado 6 de julio asistí a una de las sesiones del III Seminario Crítico-Político Transnacional  titulado “Pensamiento y terror social. El Archivo Hispano” en la ciudad de Cuenca. Por razones circunstanciales no puede asistir el día anterior al evento así que ese miércoles salí de casa muy temprano, fui al terminal, y tomé un autobús que me dejó a las diez de la mañana en esta pequeña y calurosa ciudad. Mientras el resto de participantes se encontraba de visita en el Archivo de la Inquisición, anduve dando vueltas por el casco antiguo. Allí, aparte de casi perder la cordura por el calor, pude conocer, entre callejuelas y pasadizos, las famosas casas colgadas y otras particularidades de la arquitectura del siglo XII. Luego, al bajar, y tras encontrarme con el resto del grupo, se iniciaron las sesiones de trabajo, las cuales, en principio, contaron con la participación de Willston Chase, Teresa Vilarós y Carlos Varón González.

Soberanía, modernidad y ‘rapto lúdico’: primer escarceo con el terror.

En esta primera sesión de trabajo, el tema de la independencia de Cataluña así como la revisión del discurso de la modernidad como discurso de dominación, me hicieron entrar en contexto. Luego, Carlos Varón dio inicio a su charla titulada “Deporte y anarquía: Estado y arkhé en Ortega”. En ella, se ventilaron ideas tomadas de El Origen deportivo del Estado en donde Ortega llama ‘genial’ a la ocurrencia que tuvieron en el pasado los jóvenes que, por primera vez, robaron las mujeres del pueblo vecino para constituirse como organización social y política. Ortega sin duda ha sido un pensador polémico, sin embargo, pretender originalidad, frescura o irreverencia a la sombra de Heidegger es una tarea imposible por no decir pueril.

Por esta forma de expresarse sobre lo violento donde el rapto aparece como una forma de constitución de lo social, se desataron, en la ronda de preguntas, una serie de comentarios, bastante críticos, sobre la forma del producir filosófico de Ortega, cosa en la que Villacañas fue bastante ilustrativo. El retrato caricaturesco que Ortega hace aquí del hombre primitivo, como también lo hace al inicio de Meditación sobre la técnica, resulta más televisivo que filosófico, asunto que hace que cualquiera, a lo menos, rechace esta clase de relato ‘genealógico’ por superfluo y fantasioso. Por mi parte, como la figura de Ortega siempre me ha despertado sospechas, especialmente después de leer cómo caricaturiza a Descartes en Unas Lecciones de Metafísica, (e incluso en El origen deportivo del Estado), me atreví a ventilar la idea de que tal vez la calle que lleva el nombre de Ortega en Madrid sea muy grande para un filósofo como él. No recibí ningún golpe a la salida por este comentario, cosa por la cual pensé, que sin duda, pese a lo que se quiera decir, vivimos tiempos más civilizados.

Luego de esta sesión y de un merecido y pesado almuerzo (por decisión propia –lo admito, pedí fabada a casi 40 grados) fuimos nuevamente a la Real Academia Conquense de Artes y Letras a continuar con el seminario. En el camino, conversando gratamente, entre otros, con la esposa del profesor Villacañas sobre varios asuntos, caí en cuenta junto al profesor Rafael Herrera de nuestra común amistad con Juan Rosales, amigo y profesor Venezolano hoy en Ecuador. Luego de esa conversación quedé con la idea de convencer a Juan para que viniese a Madrid en septiembre a participar en el congreso “Populismo versus Republicanismo: genealogía, historia, crítica” tarea que al momento de escribir esta nota no he emprendido aun.

Infrapolítica y autocanibalismo: violencia telúrica y ‘soberanía alimentaria’

La segunda sesión comenzó con la charla de Ali Kulez en la que hizo referencia a varios pasajes del cuento La Carne del cubano Virgilio Piñera en el que, dada la escasez de carne en un pueblo, sus habitantes eran conminados por el alcalde a practicar la auto-antropofagia como forma de sublevarse contra el hambre y reafirmar su soberanía. No hay dentro del relato de Piñera referencias al dolor, lo que hay es, como sostiene Kulez, un ‘bloqueo diferencial’ que no parece ser otra cosa sino la capacidad que tienen los personajes de separarse del sufrimiento mientras reafirman su soberanía desde el autocanibalismo.

Mientras avanzaba la charla y se describía parte de la gastronomía del ‘self-canibalism’ o del ‘cómase usted mismo’ como forma de reafirmación de la soberanía nacional, el calor soporífero que se mantenía flotando en la sala me trasladó a Caracas y me puso a pensar en nuestras interminables colas y en todos los problemas que el gobierno de Maduro se quitaría de encima si la gente comenzara a comerse a si misma, si iniciaran este autocanibalismo ‘anestesiado’ que desde la furia nacionalista y desde al amor patrio, pretende en su ficción, ‘enfríar la carne’ y hacer desaparecer los afectos que naturalmente acompañan a la privación física. Creo que de alguna forma u otra lo han intentado, nos lo han tratado de decir pero no le hemos entendido o tal vez no han sido lo suficientemente explícitos cuando nos han hablado de ‘soberanía alimentaría’. Tal vez, en algún Consejo de Ministros Extraordinario, de esos que se llevan a cabo en Miraflores en la madrugada, Aristóbulo se comió un pedazo de su propio brazo para mostrar que si, que era posible romper los nexos con el exterior y superar así la llamada ‘guerra económica’. Quién sabe si por eso colocaron al General Padrino López como encargado de la Gran Misión Abastecimiento Soberano y a su vez como jefe de todos los demás ministros, a lo mejor con un militar al mando, la tropa, todos los demás componentes militares, e incluso paramilitares, y todos los seguidores del chavismo empiecen a practicar el autocanibalismo y así se eviten tener que contactar a la empresa privada para producir o importar alimentos. Cuando la charla de Kulez terminó, aun seguía pensando en la autoantropofagia como forma de superación del hambre en Venezuela, en el caníbal Dorangel Vargas y en lo que los Hijos de Chávez eran capaces de proponer con tal de mantenerse en el poder.

Luego de la charla de Nuria Sánchez en la que el terror apareció en la forma de desplazamiento gracias a los movimientos telúricos presentes en los cuentos de Carpentier (cosa que en medio del calor que ya me embrutecía a esas horas me hizo mezclar a Ortega, el rapto, el autocanibalismo y los terremotos en una sola escena) le tocó el turno a Jon Beasley-Murray.

Con el título “Life During Wartime: Infrapolitics and Posthegemony” Beasley-Murray comenzó su charla haciendo referencia, primeramente a Talking Heads y luego a las ya conocidas citas de Von Clausewitz en las que se afirma que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios, cosa que, tal como apareció en la sesión de preguntas, parece ser solo posible entre Estados en conflicto, no en el caso de guerras civiles ya que, en este caso, no hay siquiera un Estado constituido plenamente, cosa que hace que la violencia sea sin cuartel y brutalmente más sangrienta que en casos en los cuales ejércitos regulares, bajo códigos incluso explícitos, acuden a la cita de ver quien se mata primero con cierto orden y con la posibilidad de identificarse claramente como enemigos. En una guerra civil ‘enemigo’ es un término oscuro, cuya extensión es difícil de determinar ya que nunca se sabe, sino luego de la traición, quien es en realidad el enemigo.

Ya entrando en materia, tras introducir el tema de la relación entre violencia y política desde Von Clausewitz, Beasley-Murray hizo mención a la figura de Orwell para explicar cómo Homenaje a Cataluña, puede servir de ejemplo para ilustrar cómo su versión testimonial de la guerra civil española logra desplazar a la descripción meramente política de la misma, haciendo de lo llamado ‘infrapolítico’, esto es, de lo crudo y afectivo (según logré entender), parte esencial de la descripción del conflicto, así como de la violencia que genera y de su naturaleza íntima.

En este punto, donde lo específicamente conceptual del conflicto político desaparece abriéndole paso a la mera sensibilidad como forma de ejercer la violencia, los versos de Life During Wartime se transformaron en imágenes en mi cabeza con las cuales, como venezolano que sobrevivió a Chávez (y con suerte al chavismo) está más que familiarizado: Heard of a van that is loaded with weapons/ Packed up and ready to go/ esto es, cualquier camioneta llena de secuestradores camino al trabajo cantando alegremente alguna canción mientras van a cazar al primer incauto que se les aparezca, Heard of some grave sites, out by the highway/ A place where nobody knows, mientras van a la ‘concha’ a dejar al recién secuestrado, I got some groceries, some peanut butter luego van a comer hamburguesas al tiempo que otro negocia el rescate. Lived in a Brownstone, lived in a ghetto y aparecen los versos de Casalta de Lejano Oeste de Alejandro Castro. Creo que en esto Nowys Navas tiene razón: el punk sigue vivo. Estas postales de violencia no son en apariencia postales que nazcan de alguna ideología política pero, tal como Beasley-Murray afirma en otro lugar, los proyectos basados en ideologías  hacen énfasis en lo pedagógico para alcanzar al poder, en cambio, la infrapolítica no requiere de la ideología para explicarse. Por eso, lo que Orwell vio, lo que Caracas escucha y también refiere Byrne en Life During Wartime cuando dice The sound of gunfire, off in the distance es el caos como espacio para la articulación de una forma de sensibilidad, (con dirección de ajuste como cualquier estado intencional) la cual abre una senda para la subsistencia de una forma de vida que termina siendo parte de la infrapolítica; el secuestrador tiene su código, el que coloca bonos de PDVSA en Wall Street y gana comisiones al margen de cualquier reglamento tiene un código también, ambos dialogan implícitamente con quien permite su formas de existencia. Son, si entendí a Beasley-Murray, formas alternas de infrapolítica que subsisten junto con o –en dirección a- lo político. Luego Beasley-Murray pasó a hacer una valoración sobre Camilo José Cela que podría llegar a reconstruir con un poco de atención y memoria, sin embargo, los acordes de Life During Wartime aun me mantenían pensando en escenas diarias de violencia caraqueña a las que en mi mente asistía ‘anestesiado’ por el calor tal como Ali Kulez refería asistían a su propio dolor los personajes del cuento de Piñera. Solo la frase que luego rescaté “There is no politics without infrapolitics” (la cual volví a leer en el blog del autor) me quedó en la cabeza y me animó a hacer luego un par de preguntas que, utilizando la diferencia entre conceptual y no conceptual a la que Juan Rosales y Heymann le dedicaran horas de trabajo, logré formular sobre la naturaleza de eso que Beasley-Murray llamó infrapolítico.

Agua, un cafecito y el Decreto de Guerra a Muerte.

Luego de un vaso con agua, café y de compartir un par de palabras con gente muy amena que recién acababa de conocer, subimos de nuevo al ‘salón-olla de cocción al vapor’ a escuchar la última sesión.

Cuando me senté, César Ruiz tomó la palabra. No sabía de qué iba a tratar esta charla ya que no la vi en la versión del programa que tenía en mi mano. Para mi sorpresa, el título de la misma hacía referencia al Decreto de Guerra a Muerte de Simón Bolívar como forma de terror político. No me gusta emitir juicios sobre charlas o conferencias ya que, como a veces me toca darlas a mi, siento que no es justo juzgar al otro mientras uno esta cómodamente sentado escuchado, sin embrago, en este caso, la charla me resultó esclarecedora y me hizo hacerme muchas preguntas. La idea de César Ruiz era simple: para 1813, Bolívar no tenía ese ‘pueblo’ que tanto necesitaba para darle cuerpo a una guerra contra una corona que, si bien se había venido a menos, estaba enviando un enorme contingente de tropas para apaciguar a los separatistas. En ese sentido, la función política del ‘terror’ era la de amalgamar a ese ‘pueblo’ que al menos, cerca de Bolívar, nunca había estado. Cosa que como decía César Ruiz, no era sino otra forma ilustrada, más específicamente rousseauniana, de guiar a un pueblo que aun no conoce su propio bien. Aquí creo que César Ruiz y Beasley-Murray coinciden en criticar esta idea ilustrada de que se educa para lograr el cambio político, así sea utilizando cualquier mecanismo de violencia. En esto creo que Bolívar es sin duda maestro de Chávez en eso de creer que asesinar bien valdría la pena si eso lleva al pueblo a alcanzar el bien que le corresponde. En fin, que tarados los dos, Bolívar y Chávez, terminaron hermanados por el espíritu paternal y consecuentemente inquisidor de sus propias doctrinas, las cuales, castigan hasta con la muerte a quien disienta. Por eso creo que la charla de César Ruiz me resultó tan ilustrativa, ya que, habiendo Kairós (y Bolívar) abandonado a Miranda a su propia suerte, la idea de establecer un movimiento separatista en el marco de una guerra que había tenido como protagonistas a favor de la corona a la Legión Infernal, con el ‘Taita’ Boves a la cabeza, a parte de la mantuanidad caraqueña junto a buena parte de la población rural, resultaba poco menos que imposible. En ese sentido, el terror como medida desesperada se transformó, paradójicamente, en herramienta de ‘liberación’. Este asunto, que logró aglutinar momentáneamente un caudal de voluntades alrededor de Bolívar, condenó a Venezuela a repetir la formula de querer construir república desde el terror desde el siglo XIX hasta nuestros días.

Al final, luego de escuchar la charla de Alberto Moreiras sobre el libro de Villacañas Teología política imperial y comunidad de salvación cristiana así como la interesante charla de John Kraniauskas sobre violencia (narco-violencia) y territorio, tuve que emprender antes de tiempo el viaje de regreso a Madrid.

Al salir, ya casi a las ocho de la tarde, el calor se retiraba poco a poco mientras la gente comenzaba a salir a la calle a hacer sus cosas. Al llegar al terminal, entré al autobús y entre canciones de Gloria Estefan y rancheras de Ana Gabriel (a un volumen perfectamente tolerable, eso si) llegué, luego de un apacible recorrido, de vuelta a casa.

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